Judith I

Judith, Gustav Klimt

Holofernes, general de Nabucodonosor, mantenía asediada la ciudad palestina de Betulia. Los jefes de la ciudad, hartos de tan mala vida, pensaban ya en entregarse. Sabedora de esto, Judith, una bella y rica viuda betulense, decidió ponerse en acción. Se quitó el luto, se puso hecha un brazo de mar, y se presentó ante Holofernes, con muy aviesas intenciones.

Cuando Judith llevaba allí varios días junto con su criada, Holofernes pensó que Judith se iba a largar sin que hubiese pasado nada, y que él iba a ser el hazmerreír de sus amigotes, así que organizó un banquete al que sólo invitó a Judith. Mientras Holofernes le daba al tinto de la zona, Judith se dedicaba al agua mineral, y cuando él ya estaba muy perjudicado, Judith le cortó la cabeza, raca! y se la entregó a su criada, que la escondió en sus alforjas. Los soldados no se extrañaron de que Holofernes no saliese de la tienda, ya que lo imaginaban recuperándose de los excesos, y las dejaron marchar. Cuando Judith y su criada llegaron a la ciudad, colgaron la cabeza de Holofernes como adorno de la casa consistorial y espantaron con esto a los asediadores.

Yo solía frecuentar un bar en el que había colgada, al fondo, una fotografía en blanco y negro que siempre pensé estaba inspirada en este Judith de Klimt. Una mujer de pelo corto, morena, con un chaleco que dejaba entrever los pechos, una gargantilla muy ancha en el cuello, la boca entreabierta, la mirada perversísima.

La foto ya no está allí , y yo la echo siempre en falta.